- Tienes que incluir a los viejos, amigo mío - me dice Panchito por enésima vez y asumo que a medida que el vino se vaya acabando me lo dirá con mayor frecuencia.
Más tarde vuelve a la carga
- ¿Te acuerdas cuando cantábamos sus canciones? vamos no te hagas el huevón si a ti aún te emociona Del huerto.
¡Cierto es! Cómo no emocionarme con esos versos que parecen haber sido escritos para expiar un dolor que se me había quedado enredado en el pecho.
- ¿Te acuerdas cuando cantábamos sus canciones? vamos no te hagas el huevón si a ti aún te emociona Del huerto.
¡Cierto es! Cómo no emocionarme con esos versos que parecen haber sido escritos para expiar un dolor que se me había quedado enredado en el pecho.
Ayer fue tarde toda la tarde, te esperaba, no venías...
harto no venías...
tú andabas haciendo doler las cosas.
Siempre pensé en incluir a los viejos, a sus amigos. Porque el bueno de Panchito es amigo personal de los hermanos Guzmán y cuando le dije que me traería la música de mi ex blog de folklore para acá, comenzó con una campaña proselitista en su favor. No era necesario hacerlo pero no se lo digo, lo dejo que se angustie y siga invitando los tragos. Tampoco le digo que no es desde la tristeza ni desde al dolor que deseo escribir algo acerca de sus queridos amigos, sino que desde la poesía, esa que desbordan a montones estos dos hermanos que parecen tener recursos infinitos al momento de involucrarnos con su arte.
La misma poesía que alguna vez me ayudó a entender que ya era hora de desandar un cariño y que no era el único que tenía miedo de vivir una ausencia a solas. Que con el tiempo todo, todo cambia, y que llega un momento en el cual ya no duele pensar un nombre.
Hay que pasar por muchos dolores y confrontaciones con uno mismo para tener el valor de reconocer que el mayor miedo que se puede tener es el de quedarse solo, que hay pocas cosas que asusten tanto como el temor de ser olvidado.
Hay que pasar por muchos dolores y confrontaciones con uno mismo para tener el valor de reconocer que el mayor miedo que se puede tener es el de quedarse solo, que hay pocas cosas que asusten tanto como el temor de ser olvidado.
Yo, yo que hice mi vida entera luchando por los rincones,
yo que he llorado en silencio
yo que he dejado cariños secándose en el camino
y me he jugado la vida con unos vasos de vino
¡le tengo miedo al olvido!
yo que he llorado en silencio
yo que he dejado cariños secándose en el camino
y me he jugado la vida con unos vasos de vino
¡le tengo miedo al olvido!
La voz de Gastón es inconfundible, es parte de la historia auditiva de este ingrato país. Por momentos es la rabia, la rebeldía, la lucha constante y el compromiso con ideales que nunca se pierden aunque el cinismo gane cada día más espacio.
A veces es el amor, el cariño sin límites por nuestros seres queridos, como así también es la tristeza, aquella que nace de la sensación ineludible de que por más que lo neguemos, nuestro temor más profundo está allí, esperando.
Tengo un temblor en las yemas y hay de tenerlas vacías
no tengo un cuerpo en las manos que dé vuelo a las caricias
no hay una mano que apriete, no hay una mano que entibie
a veces voy como un ciego por el frío de la vida.
Creo que lo mejor que puedo hacer es no seguir devanándome los sesos intentando escribir algo que esté a la altura de los amigos de mi amigo, eso es imposible, y lo más probable es que termine enredándome... aún más. A quienes todavía no conocen a Quelentaro, les pido que se den el tiempo de escuchar Leña Gruesa (1969), Buscando siembra (1995) y El poder de Quelentaro (1999) y permitan que los atrape la poesía, la originalidad, la fuerza y la honestidad que emanan a raudales de cada canción de los viejos. Les aseguro que no será tiempo perdido, por el contrario, será tiempo ganado.
Leña Gruesa
Buscando siembra
El poder de Quelentaro