15 junio 2008

Oscar Wilde

Uno de los mayores defectos sociales de un hombre inteligente es el de, precisamente, no ocultar ese don. Para colmo de males, si se es lo suficientemente descarado y valiente como para aprovecharse de esa inteligencia y disparar a diestra y siniestra, burlándose de moros y cristianos. Si, además, se hace todo esto sin el más mínimo decoro ni respeto por las rancias costumbres ni los manuales de lo aceptado por la gente "de bien". Entonces, tarde o temprano, esos mismos que se acercan para alabar cínicamente, aprovecharán cualquier resquicio, por rebuscado que sea, para descargar toda su ira contenida y malsana.

Cuentan que muchos de los que aprovecharon la acusación de "indecencia grave por una comisión inquisitoria de actos homosexuales", en contra del escritor irlandés, solían acercársele a llenarlo de elogios cuando su exquisita ironía e ingenio maravillaba a gran parte de Europa. No me extrañaría que varios de ellos fueran parte de los que le pedían a Wilde que amenizara sus veladas con sus historias y su presencia. La hipocresía y el cinismo son tan fundamentales en nuestras sociedades que si nos quedáramos sin esas cualidades, habría que refundar todo nuestra cultura; demasiado trabajo, mejor sigamos como estamos, total, a nadie parece molestarle demasiado.

Lo primero que leí de Wilde, fue El crimen de lord Arthur Saville y cuando aun no me recuperaba del regocijo que provoca la lectura de esa tomadura de pelo a la sociedad conservadora, me embarqué en El fantasma de Canterville y desde ese momento, todo se convirtió en un viaje sin retorno.

Ya se sabe que hasta en sus cuentos que son considerados para niños (El príncipe feliz, El ruiseñor y la rosa, El gigante egoista, etc), él dejaba en claro ese desprecio por las falsedades y aprovechaba de criticar, con mayor o menor evidencia, lo que aun hoy es considerado normal y aceptable. Para muestra, lo siguiente:

Según él, por esas cosas que tiene Dios a veces, un buen día se le ocurrió perdonar a Judas. El pobre ya había pasado demasiado tiempo al calor de las fogatas infernales así que, el supremo creador de todo lo habido y por haber, en su magnánima bondad, decidió cambiarlo de barrio y enviarlo al cielo.

¡Qué felicidad la de Judas! el tipo no cabía en si de alegría, a medida que recorría su nueva casa (el Paraíso, of course), abrazaba y saludaba efusivamente a cuánto ser desprevenido se le cruzaba en el camino. El gozo llegó a niveles cuasi orgásmicos cuando se encontró con sus antiguos compinches apóstoles y para qué hablar acerca del abrazo con la Magdalena.

Pero de pronto el rostro se le ensombreció al bueno de Judas, a la distancia había visto que se acercaba el mismísimo Jesús con la intención clara de saludarlo y, antes de que eso ocurriera, el Iscariote metió rápidamente las manos en sus bolsillos para no verse en la obligación de estrecharlas con quién, a sabiendas, lo dejó pecar.

¡Grande Wilde!


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02 junio 2008

El ángel carnívoro Jodorowsky - Cadelo


Continuación de El Dios celoso, con dedicatoria especial a mi gran amigazo La Maldad, que por fin se decidió a esforzar sus neuronas al momento de leer un comic y dejó de lado, aunque sólo por un momento, las capas y mallas de colores de sus héroes yankis :)

El ángel carnívoro

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